Noticia enviada por María Molina 2º C
El popular juego explota tradicionales debilidades de la mente humana para crear adicción.
La mecánica del juego no podría resultar más simple. Juntar
tres caramelos iguales para avanzar en el marcador. Las frutas de la
tragaperras de toda la vida se convierten en caramelos y se adaptan a las
plataformas del siglo XXI. Ahora bien, ¿cómo manipula la famosa aplicación
nuestro cerebro para mantenernos enganchados?
La dimensión alcanzada por el fenómeno Candy Crush ha
llevado a la comunidad científica a buscar respuesta a esta pregunta y tratar
de explicar los mecanismos empleados por sus creadores para crear un altísimo
nivel de adicción que ha llevado
incluso a ocasionar dolores de espalda y brazos entre usuarios que le dedican
hasta diez horas diarias.
Los primeros niveles resultan extraordinariamente fáciles. El juego permite ganar, adquirir confianza e ir
progresando rápidamente, lo que proporciona un fuerte sentimiento de
satisfacción y superación. “Estos logros se perciben como mini recompensas en
el cerebro, liberando dopamina y aprovechando el mismo neurocircuito implicado
en la adicción, para reforzar las acciones”, según explica la corresponsal de
Ciencia del diario británico The Guardian,
Dana Smith. “A pesar de su reputación como un producto químico que
produce placer, motivación y deseo, la dopamina también desempeña un papel
crucial en la regulación del aprendizaje, consolidando comportamientos que se
repiten una y otra vez”.
Aunque pueda parecer que el éxito en Candy Crush depende
de la pericia del jugador, en realidad es esencialmente un juego de
suerte. El triunfo varía en función de la gama de colores que ha sido
proporcionada al azar, lo que implica que los logros vendrán de forma
inesperada. Se pierde más a menudo de lo que se gana y nunca se conoce
cuándo aparecerá el próximo triunfo. En lugar de desalentar, esta
realidad hace que el juego sea aún más atractivo que cuando se ganaba
fácilmente.
Fuente:
ABC.es/Ciencia
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